Antes era una estrella mediática, líder auto-electo de la multi-culturalidad y del progresismo islámico. Los salones de los grandes hoteles se engalanaban para albergar mi abigarrado verbo y las masas de 15 o 20 que validaban con su presencia el imparable ascenso del islamismo de izquierdas me reverenciaban. Hasta llegué a publicar algún artículo en El País. Pero a pesar de que el poder estaba de nuestro lado, apoyando todas y cada una de nuestras más disparatadas reivindicaciones, todo ha cambiado de una manera que no pude vislumbrar y ahora ni siquiera puedo vivir de las subvenciones. España está fatal. No hay trabajo, las empresas quiebran y los empleados acaban en las listas del paro. ¿Que tendrá que ver el progresismo con todo esto?
En parte, también es culpa mía. Cuando yo era un revolucionario marxista, todos estábamos a favor de un máximo de inmigración. No porque amábamos a los inmigrantes o sus religiones, sino porque no amábamos a España. Además yo era catalán. Veíamos a los inmigrantes, del lugar que fueran, como aliados contra el orden establecido, bien instalado, en la sociedad conservadora todavía representativa de nuestro país hacia el final de los años 60. También nos gustaba sentirnos tan superiores a esos andaluces ignorantes, maquetos como los considerábamos, habitualmente residentes en los sitios más pobres de Cataluña, que veían de pronto sus vecindarios transformarse en supuestas comunidades mucho más vivas. Si protestaban, los tratábamos de reaccionarios.
Los estudiantes revolucionarios no proveníamos de barrios “diversificados”. Proveníamos mayormente de la Vía Layetana, Diagonal y de los barrios acomodados de Barna. Algunas veces vivíamos unos años (generalmente de pesadilla) en barrios “diversificados”, en medio de solares deprimentes y contenedores de basura desbordantes como el Noubarris. Pero vivíamos ahí temporalmente, sin hijos ni responsabilidades, pasando los fines de semana en pintorescos castillos andaluces. No como esos propietarios, esos padres de hijos en edad escolar, o como esas personas de edad deseosas de algo de serenidad para acabar sus vidas. Cuando acabábamos nuestros estudios y empezábamos a ganarnos la vida, nos íbamos en general a los barrios chic de Barna y nos volvíamos extremadamente exigentes con la calidad de las escuelas a las que iban nuestros hijos, un lujo que les negábamos a los ciudadanos pobres que despreciábamos como los racistas que eran para nosotros.
¿Qué sabíamos nosotros, qué nos importaba la gran revolución silenciosa que ya empezaba a transformar la vida de los españoles más pobres? Para nosotros, el patriotismo y la tradición podían ser objeto de burla y calificados de “racistas”. Esa revolución silenciosa era lo que le había permitido a la clase media encontrar personal doméstico económico por primera vez desde 1939, restaurantes baratos y más tarde obreros mal pagados y fontaneros “en negro”. No eran nuestros salarios los que se derrumbaban, ni nuestro trabajo el que ya no era cotizado en su justo valor. Los inmigrantes no ocupaban el mismo tipo de empleo que nosotros y no constituían una amenaza para nuestros intereses. Las subvenciones estaban a buen recaudo para nosotros los antifeixistes. Los inmigrantes sólo amenazaban aquellos que tenían la mala suerte de nacer ciudadanos españoles humildes. Y siempre podíamos ahogar sus protestas acusándoles de prefigurar el fascismo de los tiempos modernos. Nada más fascista que un obrero animando a la selección española de fútbol en un bar de un polígono donde se habla mayoritariamente el español. Al menos eso creen los que nunca han asistido a una asamblea de unidad antifeixiste.
Tras ser expulsado de webislam y verme obligado a introducir mi curriculum en el maldito círculo de la oferta de empleo de la perversa empresa privada he conocido a mucha gente que llevaba años buscándose la vida de esta forma. Gracias a ellos me he dado cuenta de la clase de persona que era: arrogante, esnob y pretencioso, ignorante, incoherente, ilógico e intolerante, en resumidas cuentas una persona detestable (y la mayoría de mis compañeros izquierdistas también lo eran). Pero sigo apegado al PP (Proyecto Prometéo) y aún tengo la esperanza de poder vivir del sello halal, ese impuesto revolucionario que los progresistas islámicos hemos introducido entre las bocas de los musulmanes y nuestros bolsillos, apostado frente a los alimentos que ineludiblemente se tienen que comer. No somos ángeles, tenemos cuerpos de carne y hueso que necesitan alimento y bebida. Los ángeles no existen, está bien explicado en el cursillo de Experto en Cultura y Civilización Islámicas. Esos cursos que iban a proporcionar salarios de la administración por unas pocas horas de progresista adoctrinamientoislámico marxista y multicultural.
¿Qué sabíamos nosotros, qué nos importaba la gran revolución silenciosa que ya empezaba a transformar la vida de los españoles más pobres? Para nosotros, el patriotismo y la tradición podían ser objeto de burla y calificados de “racistas”. Esa revolución silenciosa era lo que le había permitido a la clase media encontrar personal doméstico económico por primera vez desde 1939, restaurantes baratos y más tarde obreros mal pagados y fontaneros “en negro”. No eran nuestros salarios los que se derrumbaban, ni nuestro trabajo el que ya no era cotizado en su justo valor. Los inmigrantes no ocupaban el mismo tipo de empleo que nosotros y no constituían una amenaza para nuestros intereses. Las subvenciones estaban a buen recaudo para nosotros los antifeixistes. Los inmigrantes sólo amenazaban aquellos que tenían la mala suerte de nacer ciudadanos españoles humildes. Y siempre podíamos ahogar sus protestas acusándoles de prefigurar el fascismo de los tiempos modernos. Nada más fascista que un obrero animando a la selección española de fútbol en un bar de un polígono donde se habla mayoritariamente el español. Al menos eso creen los que nunca han asistido a una asamblea de unidad antifeixiste.
Tras ser expulsado de webislam y verme obligado a introducir mi curriculum en el maldito círculo de la oferta de empleo de la perversa empresa privada he conocido a mucha gente que llevaba años buscándose la vida de esta forma. Gracias a ellos me he dado cuenta de la clase de persona que era: arrogante, esnob y pretencioso, ignorante, incoherente, ilógico e intolerante, en resumidas cuentas una persona detestable (y la mayoría de mis compañeros izquierdistas también lo eran). Pero sigo apegado al PP (Proyecto Prometéo) y aún tengo la esperanza de poder vivir del sello halal, ese impuesto revolucionario que los progresistas islámicos hemos introducido entre las bocas de los musulmanes y nuestros bolsillos, apostado frente a los alimentos que ineludiblemente se tienen que comer. No somos ángeles, tenemos cuerpos de carne y hueso que necesitan alimento y bebida. Los ángeles no existen, está bien explicado en el cursillo de Experto en Cultura y Civilización Islámicas. Esos cursos que iban a proporcionar salarios de la administración por unas pocas horas de progresista adoctrinamiento
2 comentarios:
¡Traidor!
Firma: Willy Toledo
A-s-salamu 'alaykum:
Pues no he entendido la mitad del artículo porque se haya escrito en catalán o en Roman Paladino (tengo dudas al respecto), pero la reflexión británica de nuestro progre (¿inglés o del Corte Inglés?) es muy emotiva; tanto que grandes lagrimones amenazaron con rodar por mi rostro y gotear de mi barba.
Probablemente Lenin, suponiendo que tuviera la capacidad de levantarse de su embalsamada tumba, estaría orgulloso ante la resistencia pasiva de nuestro buen camarada. Hay que reconocer que lo intentó todo, pero fue traicionado.
Porque entre los fantasmas del castillo de Almo (¿Dovar o Robar?) los hay que se gastan más sábanas.
Ahora ya no se estila el cianuro para quitarse de en medio a todo molesto rival, como hogaño; ahora con un ERE es suficiente.
El problema es que a este no le cuadró la edad para el ERE y de repente se vio en el PP (Puñet... Paro) esperando quizas que sus amigos masones le echen una cuerda y no precisamente una soga al cuello.
Salam
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