Erase una vez una peluquera que era un gran admiradora de la realeza. Le gustaba enormemente el resplandor de las ceremonias, los tocados de las cortesanas y todo el refinamiento que rodea a esa institución y además estaba suscrita al semanario Hola, que siempre tenía a disposición de sus clientes. Pero por aquél entonces, los reinos se hallaban en crisis y la institución en franca decadencia, y fue entonces que a esta sagaz peluquera, a la que la gente llamaba “la Princesa del Pueblo” se le ocurrió un plan para alcanzar su sueño inconfesable, que consistía en reinar sobre todos los imperios de la tierra por siempre jamás.
Tenía esta peluquera ciertos conocimientos de medicina natural porque antiguamente los peluqueros tenían que ejercer de sacamuelas y tenía también un jardinero que trabajaba para ella que antes había sido carnicero. Tenía también nuestra peluquera, ciertos conocimientos sobre los modales y protocolos que son de uso habitual en todas las monarquías, así que ni corta ni perezosa fue presentándose en las cancillerías más importantes para ofrecer sus servicios como médico y además como manicura y esteticién. Los tiempos se habían vuelto difíciles para los monarcas, la situación estaba cambiando y la crisis estaba haciendo mella en sus súbditos, por lo que los monarcas consentían en recibir a nuestra peluquera para que les mejorara un poco la imagen y probar si era cierta la fama de sus novedosas terapias heterodoxas.
La peluquera Madamme Belén, acompañada de su fiel jardinero Igor, tuvo realmente mucha suerte para poder llevar a cabo su ingenioso plan. Se introdujo con su flamante carta de presentación en los 6 reinos más importantes del mundo conocido con el propósito de amputar en cada uno de ellos un miembro de la persona del monarca para confeccionar con ellos un robot humano que le obedeciera y poderlo presentar al mundo entero como el padre de todos los monarcas conocidos, el más sabio e inmortal padre de la realeza, destronado por sus codiciosos y mundanales hijos, que no sería otro que su dócil esclavo Frankestein. Una vez el mundo lo reconociera como el primero y único rey, Madamme Belén se casaría con Igor y de esta manera se haría realidad su sueño de ser también una reina como las de las revistas. Mientras tanto, realizaba sesiones de espiritismo con la aristocracia, que le reportaban sustancias ganancias, pero ese no era su objetivo fundamental, porque lo que ella quería era ser reina, y a ello empezó a dedicar la mayor parte de su tiempo.
Encontró al rey más viejo en estado prácticamente terminal, y la cosa fue muy fácil, consiguió acceso a su lecho de muerte con la excusa de peinarlo y lavarlo pues no tenía descendencia y ya apenas nadie se preocupaba por él y aprovechó la ocasión para que Igor le amputara el brazo derecho, que introdujo en un cubo lleno de hielo y se lo llevó a su casa. Los médicos del rey, para no levantar el escándalo, dijeron que no había habido más remedio que amputarle el brazo y nuestra peluquera pudo escapar sin que nadie sospechara de ella
Al siguiente rey lo encontró apesadumbrado por las rebeliones que le planteaban su hijos y sus herederos, nuestra peluquera, que se había convertido en la consejera del rey, tramó una conferencia secreta con uno de sus hijos a la que acudió Igor disfrazado de príncipe, le amputó el brazo izquierdo, lo metió en un cubo de hielo como siempre y le echó la culpa al príncipe traidor.
El tercer rey fue el trabajo más sencillo de todos. Apesadumbrado por las malas cosechas y el descontento generalizado de sus súbditos, el rey se había entregado a la bebida y pasaba la mayor parte del tiempo borracho. Nuestra peluquera solo tuvo que aprovechar una de sus habituales resacas para llevarlo al bosque más cercano y amputarle el tronco. La gente creyó que había sido atacado por una manada de lobos en medio de una de sus habituales borracheras y nadie sospechó en ningún momento de la astuta peluquera.
Así continuó nuestra peluquera, añadiendo piezas a su genial creación y cuando obtuvo todo lo necesario, marchó sobre todos los reinos con su ayudante Igor y su recién creado Frankestein proclamando que todos los reyes eran incapaces o estaban ya muertos y que sus sucesores no tenían ninguna legitimidad porque su Señor Frankestein, que era el padre de todas las dinastías reales y como añadidura tenía el privilegio de poder vivir eternamente, había podido escapar de la prisión en que sus hijos lo habían encarcelado durante sus ilegítimos reinados. Mucha gente le creía, porque Frankestein les mostraba que sus miembros eran de origen real, y que las características que todo el mundo conocía de sus decaídos reyes, procedían de las nobles características de su padre, el Señor Frankestein.
En consecuencia, nuestra peluquera esperaba el momento en que el pueblo proclamaría a su escalofriante creación como nuevo rey del planeta Tierra, y de este modo podría al fin gozar de los privilegios y la aureola de dignidad y respeto que reciben todos los monarcas de sangre azul. Sin embargo, en una de estas demostraciones, un niño reparó delante de todo el mundo que la cabeza de Frankestein era idéntica a la del hombre que había matado a su padre, que era un ladrón y asesino a sueldo y que en nada se parecía a la de ningún miembro de la realeza. Nuestra peluquera reaccionó airadamente y en lugar de tratar de convencer al niño del origen regio de Frankestein, lo que hubiera sido imposible, se marchó airada al reino vecino, esperando que nadie tomase en serio a aquel chiquillo y que de esta manera no se empezara a poner en duda el carácter real de su criatura el Señor Frankestein, no fuera que todos sus sueños de grandeza real se vinieran abajo sin remisión.
En eso se encuentra en estos momentos nuestra peluquera, intentando engañar a cuantos más súbditos le sea posible y en esta tesitura se encuentra por la siguiente razón:
Cuando fue a introducirse en la corte del más joven de todos los monarcas, y aunque el reino se encontraba invadido por filibusteros, bastante empobrecido y con disputas de todo tipo, resultó que aquel rey estaba en perfecto estado de salud, era mucho más joven que los otros, robusto, veraz, preocupado por el bienestar de su pueblo y gozaba de una reputación excelente entre sus administrados, y por más que intentó encontrar una oportunidad para arrebatarle la cabeza que le faltaba para completar su plan, nuestro rey no le concedió la más mínima oportunidad y fue a causa de eso que mando a su ayudante Igor a buscar una cabeza cualquiera con que sustituirla, pues a fin de cuentas este rey tenía muy mala fama fuera de su reino y muy pocos lo conocían, porque todos los ministros extranjeros sabían que era un rey muy sabio del que había que hablar mal, no porque los reyes estuvieran enemistados entre ellos o dudaran de su sangre real, sino por estrictas razones de seguridad de sus celosos servidores.
Como algunos ya habréis adivinado, nuestra peluquera se llamaba en realidad Madamme Blavatsky, a Frankestein se le conoce como Maitreya y el rey cuya cabeza no pudo cortar se llamaba Sayidina Mohammad, que la paz y las bendiciones sean sobre el, sobre su familia y sobre sus nobles compañeros.
La señora Blavatsky todavía sigue adelante con su plan original, aunque ahora ha creado un ejército de robots que se adaptan a las necesidades y gustos de las poblaciones a las que se les envía, un movimiento que se denomina en ingles la “Nueva Era”. Nuestra peluquera sigue muy enfadada con aquel rey que se le resiste, y por eso, cuando alguien le comenta algo de su reino ella contesta siempre con los mismo argumentos: “ese rey no es de sangre real, sino el hijo de unos salvajes camelleros, un impostor. En su reino los trajes de las mujeres son muy feos mientras que los hombres van en chanclas y visten con calzoncillos y allí se educa a los hombres tomando por ejemplo el comportamiento de los perros y de las alimañas, no se trata en realidad pues de un rey como eran los demás, no hablemos nada bueno de él si eso fuera posible, es mejor ignorarlo completamente o solo hablar mal de él, pero sobre todo, fijad vuestra atención sobre mi amado Frankestein, toda la realeza proviene de él.
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