Las preclaras "mentes abiertas" totalitarias de Webislam, también conocidas como sabios andalusis del siglo XXI, tras haber creído superar la moral pequeña burguesa en su anterior etapa totalitarista mediante su adhesión a la "democracia real", han vuelto arrepentidos sus rostros a la fosforescente, virtual y norteamericana religión de los Derechos Humanos (1776). Hasta el punto que su nueva y gloriosa misión es someter el Islam al Imperio de tan magna Declaración.
Significativas son a este respecto las trayectorias convergentes de las ideologías cristianas y marxistas que, partiendo de una oposición al humanismo de los derechos humanos, llegan hoy a colocarlo en el centro de sus tesis.
La declaración de los derechos humanos no es más que una religión secular que aopya y soporta la guerra de homogeneización cultural y política que es la base de la actual globalización económica.
El cristianismo católico, en particular, combatió durante mucho tiempo la filosofía de los derechos, no sobre el fondo sino sobre la forma, acusándola de fundar el derecho natural sobre "el orgullo del hombre", sobre principios profanos, y no desde una moral revelada por Dios. Es decir, desde el nafs.
El cristianismo moderno, que se separa de la fe religiosa y la teología clásica, no tiene necesidad, para laicizarse, de recurrir a otros fundamentos que los del propio evangelio.
En la tradición marxista, que distinguía entre "libertades formales" (burguesas) y "libertades reales" (socialistas), los derechos humanos se rechazaban como una fase histórica pasada. Marx lanza en el Manifiesto su famoso anatema: "Su derecho no es más que la voluntad de su clase (burguesa) manifestada en la ley". Los marxistas modernos, mucho menos revolucionarios que sus grandes antepasados y más preocupados con la conveniencia humanista (¿la subvención?), dudan en renovar esta condena del derecho burgués como discurso de legitimación económica.
La crítica del "derecho humanitario burgués" no es realizada más, desde que la revolución sospecha de quienes se oponen a la "felicidad", es decir, de la supremacía del dunia sobre cualquier otra consideración. Este abandono del antihumanismo no fue iniciativa de Roger Garaudy o del pensamiento publicitario de Henri Lefebvre. Como en otros temas, los intelectuales franceses vuelven a copiar evoluciones conceptuales ya realizadas en otra parte. Fue en realidad la escuela de Frankfurt y su más famoso representante, Max Horkheimer, quien inicio el retorno desengañado y doloroso al humanismo de los derechos humanos, que será reanudado más tarde por la inteligensia occidental de izquierdas, cuando no marxista, de nuevo en primera línea desde que corren los ríos de las subvenciones, webislam.
Horkheimer escribía en 1970, después de haber sido chocado por la experiencia estalinista: "Antes, deseábamos la revolución, pero hoy nos dedicamos a cosas más concretas (...) la revolución conduciría a una nueva forma de terrorismo. Es mejor, sin rechazar el progreso, conservar lo que se puede considerar de positivo, como, por ejemplo, la autonomía de la persona individual (...) debemos más bien preservar, entonces, lo mejor del liberalismo." (5)
Así pues, para Horkheimer que, significativamente, fue el más profundo de los pensadores marxistas del siglo XX, el materialismo histórico, el liberalismo burgués y el cristianismo deben unirse, ya que tienen el mismo discurso y defienden la misma trilogía fundamental: individualismo, felicidad (o salvación), racionalidad.
Este acuerdo en torno a un mínimo ideológico, es pues, paralelo a la voluntad de extensión de esa ideología a todo el Sistema occidental, a toda la "americanosfera". Una única sociedad, una única cultura, un único pensamiento.
Que les den.
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