Básicamente, hay dos modelos de medición de la violencia doméstica en la pareja:
El primer modelo consiste en estudiar únicamente la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres, pero no la ejercida por las mujeres contra los hombres. Es decir, los estudios o encuestas sobre violencia doméstica se aplican únicamente a la población femenina, y después se publican los datos, que, naturalmente, son datos que ponen de manifiesto la "violencia contra las mujeres". Lo llamaremos modelo unidireccional. Es el modelo adoptado por importantes instituciones internacionales y nacionales para sus estudios: la encuesta multipaíses de la OMS, la encuesta Enveff de Francia, la macroencuesta española o la encuesta del BMFSFJ en Alemania (complementada con un estudio piloto sobre la población masculina) sólo miden la violencia de pareja sufrida por las mujeres. Ni que decir tiene que este método falsea, por omisión, la realidad de la violencia doméstica.
El segundo modelo, que es el objeto del presente estudio, consiste en aplicar las encuestas sobre violencia doméstica a hombres y mujeres por igual. Es decir, mide tanto la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres como la ejercida por éstas contra aquéllos. Es, por lo tanto, un modelo bidireccional. Aunque las instituciones españolas parecen tener una repugnancia invencible hacia este segundo modelo de investigación, en otros países son muy numerosos los estudios oficiales e independientes de tipo bidireccional. Casi siempre, las conclusiones de esos estudios arrojan niveles similares de conflictividad para ambos sexos.
En particular, esa simetría de resultados es característica de los estudios más fiables, es decir, los realizados sobre muestras de la población general, diseñados específicamente para medir la violencia de pareja y centrados en períodos recientes; y suele ser menos acusada en los estudios basados en muestras estadísticas sin representatividad general (por ejemplo, grupos clínicos, grupos de víctimas o de rehabilitación de maltratadores, muestras autoseleccionadas, archivos policiales y judiciales, etc.), diseñados primordialmente para obtener otro tipo de información (por ejemplo, las encuestas para la prevención del delito o crime surveys o los sondeos sobre la percepción social de la violencia) o relativos a períodos de tiempo excesivamente largos (es decir, con respuestas menos fidedignas y más supeditadas a la sensibilización ideológica predominante).
Por otra parte, en contradicción con la tesis que justifica la violencia femenina como violencia de respuesta o defensiva, los estudios de la presente recopilación que examinan las condiciones de reciprocidad de la violencia constatan niveles mayores o similares de violencia unilateral e iniciación de las agresiones físicas en las mujeres. En general, los niveles de perpetración, unilateralidad e iniciación de la violencia son claramente más altos en las mujeres que en los hombres de las poblaciones jóvenes, y se equilibran con el paso de los años hasta ser bastante similares para ambos sexos en la edad plenamente adulta.
Como ha demostrado sobradamente la experiencia, las políticas sobre violencia doméstica basadas en el modelo unidireccional desconocen la mitad del problema y resultan, además de ineficaces, contraproducentes. En los conflictos de pareja, tales políticas, basadas más en ideas preconcebidas que en datos objetivos, crean sentimientos de desamparo institucional (en el hombre) y de impunidad y prepotencia (en la mujer) que contribuyen a recrudecer el ciclo de la violencia y propician sus formas más extremas.
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