Nuevamente traemos a nuestro blog las últimas palabras de nuestra admirada Mª Prado Esteban Diezma, militante anarquista que es hoy una de las más relevantes voces contrarias al feminismo.
Prado fue durante años una reconocida feminista y su tremenda sinceridad le honra en todos los aspectos, habiendo sido capaz de renegar del feminismo, al que perteneció durante décadas, en el momento en que ser feminista posibilitaba el ascenso en la carrera política, el cargo confeccionado a medida, la subvención y la prebenda, cuando no el honor y la gloria.
No obstante nuestra admiración por Prado Esteban, no acabamos de entender cual es ahora -después de décadas de militancia feminista- su concepción de "patriarcado", concepto que parece que arrastra de su formación anarco-comunista. La teoría del patriarcado, hemos de reconocerlo, representa para nosotros un misterio semejante al de la santísima trinidad, que nos obliga a volver la mirada a las lunáticas teorías de F. Engels incluidas en el manifiesto comunista, con sus fantasías de un mundo de paz y colectivismo antiguo liderado por mujeres hasta la llegada, junto a la agricultura, del "patriarcado" que se supone fue el creador de la propiedad privada (capitalismo), el instaurador de la guerra en el lugar de la pacifica sociedad coletivista matriarcal y el que sometería a la mujer a la dominación hombre, curiosa manera de ver las cosas cuando un observador sin prejuicios hubiera comprendido que la susodicha "sumisión" no es otra cosa que la respuesta natural a los retos de la supervivencia, el natural reparto de funciones conforme a las cualidades y funciones naturales de hombres y mujeres. Pues ¿Desde cuando el sometedor impone al sometido el privilegio de no participar en la guerras donde pueda encontrar la mutilación o la muerte y se reserva éste "derecho" para si mismo? ¿Desde cuando el sometedor reserva para sí el trabajo en la mina, los peligros del mar, el oficio de galeote?
Por ello, a pesar de nuestra admiración por el trabajo de Mª Prado, nos permitimos contextualizar sus discursos con una palabras fundamentales del mismo F. Engëls que creémos ayudaran en gran medida a la mejor comprensión del discurso de Mª Prado.
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La liberación de la mujer pasa por la destrucción de la familia y su ingreso al mercado del trabajo. Así, ocupará su lugar en la sociedad de producción, ya sin el yugo marital ni la carga de la maternidad.
F. Engels
F. Engels
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LA REPRESION DE LA MATERNIDAD COMO FEMINICIDO
por Prado Esteban Diezma
El discurso sobre la obligación que se impone a las mujeres para que sean madres es una mentira impúdica pues es el aparato ministerial, todo él, el que asegura que las mujeres deben liberarse de las presiones que reciben para ser madres y lo hacen cuando la tasa de hijos por mujer es de 1,4 y sigue cayendo. Se produce así la paradoja que son los poderosos quienes liberan a las mujeres de la presión de los sin poder que son quienes las someten.
Lo real es que las restricciones y obstáculos que se ponen a la maternidad son múltiples y complejas, y casi todas vienen de las instituciones y el empresariado, comprenden la modificación ilegítima de la conciencia femenina que se hace a través del aparato académico, la universidad en primer lugar, los medios de comunicación de masas, los funcionarios del Estado del bienestar, la presión, que llega a ser intimidación, de las empresas y el escarnio público de la figura de la madre, especialmente si es de familia numerosa.
A la vez la ortodoxia de la “emancipación” define como los instrumentos de liberación de la mujer el trabajo asalariado y su inmersión en el sistema educativo. Así dos de los instrumentos más repugnantes del Estado capitalista son trasmutados en legítimos porque permiten, según dicen, salir a las féminas de la incultura, la ignorancia, el atraso y la sumisión a los varones. A esas dos horrendas realidades debe dedicar la mujer emancipada toda su energía, vivir para la empresa, para la profesión, para el medro y para creer ciegamente las pérfidas necedades del “saber” académico, renunciar a su propia inteligencia, a su soberanía individual, a la relación con sus iguales, a la proyección de sus objetivos vitales y por supuesto a la lucha contra el poder que es quien la libera.
Lo que está en juego en la actualidad no es la función maternal sino la propia condición humana de la mujer. El deseo de una parte del feminismo de que las mujeres se “liberen” de su biología a través de la negativa a reproducirse es muestra del discurso dislocado de ciertas corrientes de la modernidad que deploran la existencia humana en sus funciones superiores, la maternidad, como paradigma de la unidad esencial de la realidad de la persona en su multiplicidad física, psíquica, relacional, afectiva, volitiva e histórica lo es. Además es producto de una misoginia esencial que considera que la inferioridad femenina deviene de nuestra singularidad física. El odio a lo femenino es la esencia del feminismo como culto a lo macho, deplorable construcción de género del Estado y los ejércitos, que poco tiene que ver con lo masculino.
De lo que se trata, en última instancia es de construir una semihumanidad que haya perdido por completo la capacidad para existir en sí y por sí y sea en todo dependiente de las instituciones. El Estado no necesita hoy que las mujeres le sirvan como reproductoras pues su crecimiento depende del incremento del trabajo femenino, por un lado, y de atraer la cantidad óptima de inmigrantes según sus necesidades, por otro. Tal proyecto no tiene únicamente una finalidad económica sino que es un plan de modificación esencial de la sociedad humana, destrucción de todas las estructuras de convivencia horizontales, aculturación máxima, enfrentamiento social general, en primer lugar entre los sexos, y demolición refundadora del sujeto que permita entrar en una etapa de mega-dominación. Por eso la desnatalidad es hoy inducida desde las instancias del poder.
Su recuperación es, de forma objetiva, un elemento de regeneración de la sociedad y la civilización, de limitación de la barbarie que impone el sistema en forma de conductas depredadoras e hiperconsumistas, asociales y dañinas, inmorales y descreídas, irreflexivas y nadificadoras.
La alienación femenina por el ejercicio de la maternidad es un estigma del mundo moderno, y más en concreto, de la formidable afirmación del patriarcado que hace la revolución liberal y no de la sociedad tradicional como se dice. La madre sobreprotectora, desequilibrada, volcada en lo doméstico y ajena a la reflexión es una figura moderna fabricada por los expertos, el psicoanálisis, la universidad y los medios de comunicación de masas entre otros. La maternidad, por sí, no roba a la mujer ninguna de sus facultades y, por el contrario, puede incentivar el cultivo de nuevas habilidades, competencias y posibilidades para desarrollar tanto su talento e inteligencia como su creatividad, valía y excelencia espiritual, aportando, a la par, tales conocimientos a toda la sociedad. Los impedimentos a la maternidad son múltiples, el embarazo ha sido convertido en una enfermedad, el acto de gestar es robado a las mujeres para quedar en manos de profesionales y expertos que rebajan y niegan la grandeza de una situación humana excepcional convirtiendo a la mujer en objeto de su gestación en lugar de sujeto de ella. El hostigamiento hacia la paternidad es otra perturbación importante en las corrientes neopatriarcales del feminismo, para las que el padre aparece como el artífice del robo de la maternidad verdadera y la libertad femenina, el que expolia a la mujer de su prole y la reduce a recipiente de la gestación.
De esta forma se achaca al varón la responsabilidad de un orden que se fundamenta en las estructuras políticas del poder de las que emana el patriarcado (la sumisión antigua de la mujer) y el neopatriarcado (la moderna discriminación femenina) y que someten y obligan tanto a los hombres como a las mujeres. La desaparición de la trama de las relaciones de apoyo mutuo y el acoso a la paternidad forman parte de un mismo proceso que aísla a la mujer madre, impide su desarrollo como persona, la expulsa de la vida social y política, la margina de la forma más brutal, de manera que la maternidad queda convertida en una experiencia trágica, sombría y destructiva.
Los obstáculos a la maternidad tienen también un correlato en la restricción a la erótica de la fecundidad, el sexo hoy está sometido a limitaciones tan reales como las de las sociedades más represivas pues el impulso genésico debe obligatoriamente quedar excluido de las pasiones libidinosas.
Para muchos individuos de los dos sexos la fertilidad tiene un carácter de aspiración íntima de una gran energía que deben maniatar para someterse a la gazmoñería sexual moderna que normativiza la vida erótica de forma categórica.
En conclusión, si no lo remediamos, el gran cataclismo que supone la desnatalidad traerá, entre otras muchas consecuencias, la destrucción del sujeto como destrucción de los hombres, las mujeres y los niños alterando tan profundamente sus ideas, conductas y deseos que el ser personal de los individuos estará en vías de desaparición en unos pocos decenios, constituyéndose un subhumano que será criatura del poder, pero no de sí misma.
La posibilidad de frenar las fuerzas exterminacionistas y devastadoras que se ciernen sobre la condición humana depende de que asumamos la responsabilidad individual y colectiva de recuperar nuestra humanidad y luchar por ella.
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