Traducido por Caty R. |
El Dalai Lama llegó a Francia a principios de esta semana para una visita de doce días, de carácter supuestamente religioso; pero dicha visita forma parte de una campaña política sobre la crisis tibetana.
Jefe espiritual y temporal del pueblo tibetano, el decimocuarto Dalai Lama, reencarnación del decimotercero y, remontándonos en el tiempo, encarnación física del «bodhisattva de la compasión», es decir, el buda en formación, se impone como una referencia mediática internacional inevitable. En este principio del siglo XXI, ¿no tiene la tentación de asumir los evidentes progresos de la inteligencia humana?
Desde que recorre el mundo, el actual huésped de Francia de los próximos doce días, ha sabido manejar su barca. Pero su nombre que significa, nada menos, que «océano de sabiduría», es una extensa profundidad en la que se vislumbran escollos de ambigüedades tras un aspecto de viejo gurú simpático y amablemente burlón.
Los flirteos del Dalai Lama con la CIA
Según la doctrina budista tibetana, todos los seres se reencarnan después de su muerte [Doctrina moderna de gran éxito mediático producto de la incapacidad de los orientalistas occidentales de entender la noción primoridal "del Infinito metafísico" y por subsiguiente, la rueda del samshara, la metempsicosis y los fundamentos vedánticos de los estados múltiples del ser. * Nota del P. Rahmanicus]. A los tres años, Tenzin Gyatso fue reconocido, gracias a una serie de señales, como la reencarnación de sus trece antecesores. El 22 de febrero de 1940, lo entronizaron como Dalai Lama en Lhassa, la capital del Tíbet.
Tenía entonces cuatro años. «Me preguntan a menudo si realmente creo en esto», decía en 1991. «No hay una respuesta sencilla para esa cuestión. Pero (…) teniendo en cuenta mi experiencia en esta vida y mis creencias budistas, no tengo ninguna dificultad para aceptar que tengo un vínculo espiritual con los trece Dalai Lamas precedentes (…) y con el propio Buda» Ésta es su filiación. En lo que se refiere a sus relaciones también existe mucha complejidad.
Es cierto que de niño el santo hombre recibió a un nazi austríaco como preceptor. Uno de los alpinistas que asaltaban el Eiger para, a la vuelta, tener el placer de recibir una condecoración de manos de Hitler. El Dalai Lama nunca ha renegado de su maestro, el autor de Siete Años en Tíbet, con el que siguió relacionándose hasta la muerte de éste.
Después tuvo otras relaciones peligrosas, como el gurú japonés de la secta Aum, Shoko Asahara, quien en 1995 se hizo famoso envenenando con gas a los pasajeros de un metro de Tokio, provocando la muerte de varias decenas de personas y la intoxicación de otras 5.500. Según una investigación de la revista alemana Stern, los dos hombres se habrían entrevistado en cinco ocasiones desde 1987. El periodista Christopher Hitchens, autor de la obra His Material Highness, estima que el gurú japonés, por otra parte, había contribuido con 1,2 millones de dólares a la «causa tibetana».
Mientras tanto, en los años sesenta, el Dalai Lama flirteó con la CIA en relación con una ayuda económica y el entrenamiento de grupos armados tibetanos enviados al «Techo del mundo» para intentar un golpe de mano contra el ejército chino. Los hechos son conocidos, revelados y confirmados por los propios agentes estadounidenses. ¡Pero la imagen mediática del Premio Nobel de la paz de 1989 es tal que nadie se atreve a cuestionarla de verdad!
«Pretender entender ‘la cuestión tibetana’ a partir de las declaraciones del Dalai Lama y sus discípulos sería como intentar reconstruir la Revolución francesa basándose en los «análisis» de la reacción de los nobles refugiados en el extranjero que tendían a poner todas sus esperanzas en las bayonetas de las potencias contrarrevolucionarias», escribió un especialista de la región.
Entrevistado por el Nouvel Observateur el pasado mes de junio, el jefe tibetano sólo contaba que antes de 1959 el Tíbet era «básicamente» «una sociedad feliz, una humanidad dichosa y generalmente pacífica». En realidad, un régimen teocrático de los más atrasados.
Bajo su reinado, los aristócratas y religiosos poseían un 95% del territorio. La mayoría de los campesinos estaban reducidos a la servidumbre. Y en el registro de las «leyes», los códigos 13 y 16 tenían tablas para calcular el precio justo del siervo que el señor pretendía vender o comprar. Además, una especie de charia tibetana concedía a la autoridad el derecho a mutilar a los siervos para castigarlos.
El deber político-religioso
¿Qué reivindica hoy quien se considera «el portavoz libre del pueblo tibetano»? Oficialmente, el Dalai Lama se presenta como un moderado, partidario del término medio. Frente a los independentistas, sólo reclama «la autonomía del Tíbet». Pero su presunto territorio histórico englobaría las provincias de Gansu, Qinhai, una parte de Sichuan y el Yunnan, donde viven pequeñas minorías tibetanas, es decir, casi un tercio de China. En cuanto al régimen político que se plantea, se sugiere claramente una vuelta a la teocracia, aunque el principal interesado lo niegue. En cualquier caso, la separación entre los ámbitos político y religioso, brilla por su ausencia.
La «constitución» promulgada por el gobierno en exilio concluye con una «resolución especial», aprobada en 1991, en la cual se declara la obligación político-religiosa de la «fe» y la «lealtad» hacia «Su Santidad el Dalai Lama», destinado «a permanecer siempre con nosotros como nuestro jefe supremo espiritual y temporal».
Original en francés:
http://www.humanite.fr/2008-08-12_Politique_Un-gourou-tres-mediatise
Dominique Bari es periodista del diario comunista francés L’Humanité.
Esta traducción, realizada por Caty R. se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.
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